Difíciles, difíciles…difíciles. No hay calificativo más justo, más apropiado, más certero para las Arco Iris que habitan el lecho del río más sorprendente de la provincia de Córdoba. Este es el término, no hay otro. 
Y éste es el pensamiento que me asalta cada vez que abro la primera tranquera que da acceso a sus orillas, ubicada todavía a una considerable distancia de ellas, sobre la loma de un cerro desde donde se domina un dilatado paisaje que las primeras luces del día van revelando de a poco. Un paisaje teñido ya de amarillos y ocres, interrumpido a veces por manchones de un verde oscuro intenso que delatan la presencia de pinares lejanos, recostados sobre las faldas del cordón de las Altas Cumbres. Una o dos alamedas algo escondidas entre las quebradas y los repliegues del terreno, donde tal vez haya algún caserío o algún rodeo medio en ruinas, se dejan ver por entre la bruma que se disipa con los primeros rayos del sol. La mañana, fría y ventosa, me sorprende desabrigado cuando desciendo del coche para abrir uno a uno estos rústicos portalones que marcan el ingreso a nuestro destino. Mi calzado se humedece enseguida con el rocío del césped y el viento que se cuela por entre mi existencia me trae el aroma de cientos de hierbas: hinojos, tomillos, peperinas, etc. Estoy en mi casa otra vez. El río todavía permanece oculto entre las lomas que se suceden de manera paralela en dirección de nuestro horizonte, cada vez más altas, más distantes, hasta que de golpe, sobre el fondo de este inmenso escenario: Pampa de Achala. Ubicada en la cima de las Altas Cumbres corre a lo largo y por encima del valle de modo casi ininterrumpido, recta, hasta que justo en el centro una hendidura vertical la hiere profundo: la Quebrada del Yatán, coronada por un cielo nuboso y plomizo. Esta es, sencillamente, la puerta de entrada al río donde hemos decidido “comenzar” a cerrar la temporada 2010/11.  Cuando apenas hemos comenzado a digerir tan pornográfica exhibición de la naturaleza arribamos, de golpe, casi sin darnos cuenta, al fondo de un pequeño valle por donde se cuela entre grandes piedras y densa vegetación, en dirección al río, un arroyo diminuto: Las Acequiecitas. Aquí decidimos dejar el vehículo y armar los equipos, ya que en esta oportunidad junto a Juan y a Mauro pescaremos río arriba, desde la confluencia de las Acequiecitas con el río hasta la sede del Grupo Los Espinillos, una cabaña construida con el sudor de algunos pescadores y la colaboración de varios centenares de piedras del lecho del río, que carretilla mediante, fueron levantando las paredes de un sueño ya lejano en el tiempo, pero que hoy forma parte de una realidad sólida e irrefutable. La población de salmónidos que a lo largo de varios kilómetros nace, se alimenta, se reproduce y corta algunos metros de tippets por temporada así lo atestigua.
Al comenzar nuestra jornada pudimos constatar varios datos: el río bajaba con un caudal interesante, la temperatura del agua era baja y no se veía actividad en la superficie. Estas observaciones, sumadas a la gran claridad del agua me llevaron a elegir una Brassie en #18, atada a un líder largo con tippet 5x. Los primeros intentos no me dieron resultados, decidí entonces acercarme hasta unas correderas que se encontraban un poco más arriba de mi posición y volví a intentar unos lances más, pero nuevamente no tuve éxito. Mis compañeros, que se habían alejado todavía más arriba, habiendo probado varias moscas tampoco tuvieron suerte. Al poco tiempo, al llegar los tres a un largo flat, Juan pudo capturar la primera trucha del día. Un ejemplar mediano pero muy fuerte, muy vigoroso, como es ya la característica habitual de las Arco Iris cordobesas. A medida que transcurría la mañana la temperatura fue subiendo, dando lugar a que en ciertos tramos del lecho pudiésemos observar algunas eclosiones de Mayflys. Decidí cambiar la mosca, atando a un tippet 6x un spinner en #20. Esta vez pude engañar a una hermosa trucha, que luego de unos acrobáticos saltos y la foto de rigor, volvió al agua a esperar, mientras crece unos centímetros más, a su próximo pescador.
 Al rayar el mediodía, con una Irresistible en #16 logré fotografiar un par más. Juan por su parte pudo lograr otras dos capturas con un pequeño Hopper.
 No obstante, la pesca en este río, como ya lo anuncié al comienzo de la nota y como lo sabe cualquier mosquero que lo frecuente, es difícil. Peces, justamente es lo que no falta, pero si combinamos la gran presión de pesca que recibe a lo largo de su recorrido y de la temporada con las condiciones ambientales de nuestra jornada (aguas claras y baja temperatura) no se requiere una gran intuición para concluir que el éxito depende de saber explotar al máximo nuestra experiencia.
 Acercarnos con el mayor sigilo posible a la orilla es clave, ya que resulta una doble dificultad tratar de controlar nuestra ansiedad al ver los peces al alcance de la mano por un lado, y por otro mantener la cabeza fría para lograr la mejor deriva posible de la mosca.
 Pero más allá de lo exasperante que puede ser el desafío que representa pescar en Los Espinillos, o en cualquier cauce con características similares, vale la pena. Pago su precio en oro.
Las grandes esta vez no quisieron honrarnos, y aunque uno siempre quiere pescarlas, a veces basta con verlas “pasearse” allá abajo. Hasta quizá les dediquemos una sonrisa irónica deseando que alguna vez la confianza de saberse astutas les juegue una mala pasada.
Con las últimas luces de la tarde Mauro pudo pescar el último ejemplar de la jornada. Todo un logro para aquél que “camina” Los Espinillos por primera vez. 
Al emprender el regreso, no habíamos terminado de desarmar los equipos cuando ya estábamos planeando la próxima salida en ocasión del inminente cierre de temporada. Aún no lo decidimos, la pesca en los río del valle de Calamuchita ha sido bastante buena en general. Cabe preguntarse si preferimos aceptar otro desafío en estas aguas o rumbear hacia otro destino en busca de una pesca más distendida. Ya veremos.
Enrique de Goycoechea (el duende)
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